sábado, 25 de octubre de 2014

Recuerdos de Florian Golderos López.

En algunos de los primeros números de la revista local de Valenzuela de Calatrava “Garabatos” se entrevistó a personas del pueblo que nos contaron sus recuerdos y experiencias, nuestros mayores son nuestro pasado, pero también nuestro presente y nuestro futuro por todo lo que saben y todo lo que nos pueden aportar, tienen mucho que contar: recuerdos, anécdotas y tradiciones, que no deberían perderse, por eso hablamos aquí con Florián Golderos López que se presta a narrarnos muchos recuerdos de su infancia y juventud.

Inocencio Golderos Córdoba, padre de Florián, en Melilla en 1921,
durante la Guerra de África.
  
Florián es hijo de Inocencio Golderos Córdoba y Concepción López Sánchez, tiene una hermana: Rosario, y nació en Valenzuela de Calatrava en 1929, el año que pasó a la Historia como el de la “Gran Depresión”. 

Su padre estuvo en Melilla como soldado antes de que él naciera, en plena Guerra de África (1921-1924) en la que por suerte no llegó a combatir pero en la que cómo el mismo nos cuenta “estuvo regada de sangre española”, a Florián también le tocó vivir otra guerra: la Guerra Civil Española (1936-1939) de la que guarda algunos recuerdos, lógicamente no siempre gratos. Florián nos cuenta muchos de esos recuerdos:


La infancia. La familia, la escuela, los juegos.

De antes de la guerra me acuerdo de cosas pero como en un sueño, era muy pequeño. Me acuerdo que vivíamos en la calle Real, donde hoy es la casa de la María de Vicente, entonces las familias vivían en una habitación y poco más, nosotros teníamos dos habitaciones y una cámara, en esa casa eramos hasta 7 vecinos. Después la casa se quemó casi toda, sobre todo la parte de arriba, el incendio se debió a la imprudencia con la leña de una anciana, la Juliana, a la pobre la sacaron de la casa unos hombres, iba muy mal, herida.
Nos mudamos entonces a otra casa más abajo pero en la misma calle – la actual casa de Andrés Piedras – que era de mi tía Josefa Córdoba, a la que teníamos todos mucho respeto. Allí vivíamos también varias familias, pero sin problema ninguno, nos llevábamos muy bien. La casa tenía un patio con una acacia, una higuera y una parra, las mujeres guisaban todas en el patio, y los niños jugábamos pero no nos atrevíamos a coger los higos, solo los cogía y repartía la tía Josefa, igual que las uvas. Los hombres traían del campo juncias (parecido al esparto pero más fuerte) que extendían por el patio para que se secaran, en verano tendíamos encima los colchones y dormíamos allí todos los vecinos juntos, como una gran familia. 
La escuela la principié ya con 7 u 8 años, sabía leer, escribir y hacer cuentas porque me había enseñado mi padre. Al principio íbamos chicos y chicas juntos, la escuela estaba en la planta de arriba del casino, en la plaza, y el maestro se llamaba Don José Botella Requena, que vivía en una casa también en la plaza y que entonces era de los Pinaglia – la actual casa de Luis Barrajón – decían que era malo y pegaba pero yo tengo muy buen recuerdo de él, después vino Don Delfín que ese si tenía una vara y golpeaba a los que no sabían leer.
Me sentaba en la primera mesa, que la llamaban el pupitre, y mi compañero era Juan José Díaz Malagón. Había un banco donde sentaban, sin cartilla ni nada, a los que no aprendían nada. Apenas había libros, tenía una cartilla que ya me sabía de memoria antes de ir a la escuela, después tuve un Catón (enciclopedia) que me compraron mis padres, y luego un manuscrito ¡estaba más contento!
Pupitre de las antiguas escuelas.
En la escuela no nos separaban por edad, y las lecciones las aprendíamos de memoria, aún recuerdo algunas cosas de las que aprendí:
“Al morir Almicar Barça, su hijo Anibal heredó el trono”.
Salíamos a jugar a la glorieta, Don José colgaba una placa de metal en el balcón y cuando la golpeaba con un palo todos sabíamos que había terminado el recreo y volvíamos corriendo a clase.

Los niños íbamos también a recoger leña al campo, la traíamos a las costillas y la llevábamos al horno de la panadería, la panadera, Julia Córdoba, nos daba algunas monedas o un trozo de pan.
La glorieta era de tierra y allí jugábamos a muchos juegos, como “la Pídola”, que se jugaba haciendo como surcos para saltarlos, el que no saltaba bien y los pisaba volvía al principio. Otro juego era “la Tanga”, hincábamos un palo en el suelo y le tirábamos tejos de hierro el que lo derribaba ganaba y se llevaba los centimillos si habíamos apostado algo, a este juego jugábamos en el Paseo de la Adobera o en el Praillo. A las carreras por el pueblo las llamábamos jugar a “las liebres y los galgos”.

Juegos infantiles como la "Pídola".
Recuerdo de más mayor, cuando volvíamos de trabajar del campo, nos juntábamos una buena “partía” en la esquina de la calle Real con la calle Dehesa, en la ventana de los “Francisquitos” que llegaba hasta el suelo, y jugábamos a agacharnos e ir saltando unos encima de otros formando una torre.
El último Marqués de Torremejía, D. Ramón Alfaraz y Medrano, descendiente de los que fueron Señores de Valenzuela desde el siglo XVI, murió en 1935, en vísperas de la Guerra Civil, le preguntamos a Florián si recuerda algo de este hecho:
Yo era un niño y lo recuerdo casi como en un sueño, la iglesia estaba llena de gente, a rebosar, no cabía nadie más, y yo escuchaba que la gente decía: “ya traen al marqués”, “ya lo traen”, y es que lo llevaban a enterrar dentro de la iglesia, al altar mayor.

Recuerdos de la Guerra Civil.

Cuando principió la guerra yo tenía 7 u 8 años. Lo más antiguo de lo que me acuerdo es que íbamos todos los niños corriendo para la iglesia a ver como quemaban a los santos, allí, en la plaza de la iglesia se hizo la hoguera, y uno que le decían Marín con una horca de hierro iba barriendo los restos de las imágenes que caían al suelo y juntándolos para que ardieran mejor y nadie los cogiera. Se te ponía el vello de punta de ver aquello, y aún hoy de recordarlo, me fui a casa asustado, nosotros no le dábamos crédito a lo que estaba pasando pero era horroroso. 
En el pueblo había refugiados, comían en el salón de Auxilio Social que estaba en la calle López Cruz, y dormían repartidos en las casas, donde hubiese una habitación de más, en mi casa había 3 y guardo buen recuerdo de ellos porque jugaban mucho con los niños. En Auxilio Social también comían niños que no tenían recursos de ninguna clase, yo no tuve que ir gracias a Dios.
Al cura, a Don Juan, lo escondieron en casa del “Jamonero”, cuando vinieron los milicianos a buscarlo para llevárselo a la cárcel de Almagro recuerdo ver a mi abuela como lloraba, ese día lloraban muchas mujeres porque sabían que lo iban a matar.

D. Juan Ortiz Carrillo, sacerdote natural de Membrilla (Ciudad Real), llegó a Valenzuela de Calatrava para ejercer como párroco en Abril de 1930, el 18 de Agosto de 1936 es llevado preso a la cárcel de Almagro y fusilado junto a otros religiosos el 24 de ese mismo mes, en el paraje de la Vereda (carretera de Almagro a Ciudad Real), contaba solo con 31 años de edad.
Al pueblo venía un camión y se llevaba a los hombres al frente, a mi padre y a “Pirule” (Eugenio Córdoba) les llevaron hasta Manzanares, allí se escaparon y volvieron al pueblo andando por las noches, escondiéndose en las cunetas si veían a alguien. En el pueblo se escondieron en una cueva que había en la casa primera donde vivíamos y solo salían por las noches. La cueva tenía un fogón a la entrada donde cocinaban las mujeres y varias habitaciones, yo no entre nunca hasta el fondo pero decían que llegaba hasta la casa de la virgencita en la Calle López Cruz, y había una leyenda que contaba que era del tiempo de la guerra contra los moros.  
Preguntamos a Florián si se acuerda del final de la guerra y no puede evitar emocionarse:
Ese día me acuerdo que volvía al pueblo con mi padre y con Rafael Herrera, veníamos con una mula de rebuscar aceituna del Acebuchar, de repente oímos dos zambombazos y empezaron a llegar coches repletos de milicianos que nos saludaban gritando y ondeando banderas blancas, la guerra había terminado.

La dura posguerra. El trabajo, la mili.
Después de la guerra los niños íbamos al colegio en casa de los Mauro, que entonces era la Casa de Falange, y las niñas iban "anca" los Morunos con una maestra que se llamaba Doña Virgilia que era de Miguelturra. Los frailes que venían de Almagro también nos daban lecciones. 

Pero fui poco tiempo al colegio porque en seguida principié a trabajar, primero donde podía, en las tareas del campo, y a los 15 años, en 1945, ya me fui a la finca "La Nava" donde arábamos con bueyes, a mí al principio me daban miedo pero son animales más dóciles que las mulas y se agachan para que les pongas el yugo. En La Nava trabajaba gente de La Calzada y Almagro, los de Valenzuela éramos los más jóvenes e íbamos de madrugada y volvíamos de noche andando por el campo, lloviese o nevase. Un administrador calzadeño me pidió que me quedase allí como gañán pero a mí me daba miedo por los toros, el peluquero, “el Casero”, les afeitaba el cuello para que les pusiéramos mejor los yugos y un día uno de los toros le pegó un buen susto y le hizo correr.Ese mismo año, 1945, fue un año malísimo para la agricultura, sobre todo para el cereal. Estábamos comiendo en La Nava y llegó el administrador y nos dijo que teníamos que segar al día siguiente, ¡pero si no había nada que segar! Ese año fue un desastre. Recuerdo ir "anca" mi abuela Valentina, que vivía en la Calle López Cruz, en frente de Tomás Golderos, y me invitaron a comer, yo les pregunté que qué había y me contestaron que patatas fritas, a mi me encantaban las patatas fritas, pero ese día las note muy duras de ronchar, al final me dijeron que eran "mondauras", las habían lavado y las había frito. Fue un año malísimo.
En cambio, el año siguiente, el 46, fue todo lo contrario, “el año grande” le decíamos.
Yo soy de la quinta del 50, solo quedamos 4 quintos vivos: “el Pollín” (Francisco Córdoba Herrera), Eugenio López, Santiago Donoso, y yo, también Eusebio, pero ese vive en Palencia, aunque siempre viene para las fiestas, y Mauricio Nielfa que está en Barcelona.
A parte de los quintos que nombra Florián, también nacieron el año 29 las siguientes mujeres: Virtudes Ávila Cabezas, Carmen López Donoso, Francisca Palacios Cabezas y Enriqueta Córdoba Molina.
La mili la hice en Alcalá de Henares, donde había otros de Valenzuela, pero en regimiento de caballería sólo Manuel Golderos y yo.

Florián durante su servicio militar.
Alcalá de Henares (Madrid), 1952.
Cuando volví de la mili comencé a trabajar "anca" “Francisquito”, 3 años estuve allí, fue cuando me eché novia, tendría unos 25 años. Después pasé a trabajar como gañán "anca" “Victorianico”, sustituyendo a Lucas Córdoba, un hermano de Jesús “Boduca” que se casó y se fue a Puertollano a trabajar en la Calvo Sotelo. En esta casa me trataron muy bien, como si fuera uno más de la familia, y es que estuve 33 años con ellos: primero arando con las mulas y después me saqué el carnet de conducir en Ciudad Real, con 59 años, y seguí como tractorista. Algunos trabajadores de otras casas nos tenían envidia a los de “Victorianico” porque cobramos 19.000 pesetas fijas y si había buen año de cereal incluso más, íbamos a la parte de la cosecha. La “Lolina” (Dolores Malagón) siempre que me ve me da un abrazo, porque era como de la familia.
Recuerdo también al “Casero” que pelaba el trasero de las mulas, haciéndoles dibujos y grabando las iniciales de sus propietarios.

El matrimonio, los hijos.

Me case en 1958, con 29 años. Entonces las bodas no eran como ahora, se celebraban en las casas, después de la misa se ponían en los patios mesas hechas con tablas traídas de la panadería, y se servía a todos los invitados chocolate con tortas y bollos. Por la noche se cenaban conejos, pollos o incluso cordero dependiendo de lo que cada uno se pudiese permitir, a mí el cordero me lo regaló Victoriano por mi boda. Al día siguiente de la boda se hacía la “Torná”, una comida para la familia más allegada. Recuerdo que recogí 2.000 pesetas en mi boda, estaba más contento, me parecía aquello una fortuna. 

Mi mujer – Josefa Donoso Palacios, fallecida en 2005 – era una gran administradora, era modista y en casa siempre había trajes que ella hacía, ganaba más que yo. Estuvimos 9 años sin tener hijos, mi mujer abortaba, yo lo pasaba mal porque me encantan los niños, ahora soy feliz con mis nietos. Cuando tuve a mi primer hijo, a Pepe, estaba muy contento y un año cogí la Jineta, recuerdo a los del ayuntamiento comiendo en casa. 

Las fiestas y celebraciones.
Los días que más me gustaban eran el Día del Señor y el de la Ascensión pues no se trabajaba, el resto del año había que ir a trabajar al campo, incluso los domingos.
A la feria de Almagro la gente iba andando. Recuerdo de niño de ir con mi tía de la mano, ella tenía que ir a algo de encajes y aprovechó para llevarme, metí la mano en mi bolsillo y saqué una peseta de papel toda arrugada y doblada dentro de una caja de cerillas, con eso quería comprarme algo, a mi tía le dio lástima y dijo que ya me daría ella algo más para que tuviese para un poco de turrón.
Las Navidades eran una fiesta triste, muy triste, y además la gente tenía que trabajar en la aceituna.
En San Antón, en cambio, algunos amos tenían por costumbre invitar a comer a sus trabajadores, hacían un “funche”. Antes de irme a la mili estuve trabajando "anca" Lucio, el padre de Basiliso Herrera, pero allí nunca me convidaron, ni tampoco "anca" Francisquito, pero si "anca" Victorianico. Ese día, para la procesión, se juntaban todas las yuntas de mulas e íbamos dando vueltas de la ermita del Cristo a la Iglesia. Recuerdo que Galindo sacaba a su burro y le colocaba dos canjilones, se montaba y metía los pies en los canjilones como si fuesen las espuelas, estaba muy gracioso. Se juntaban todos los caballos del pueblo, y Ángel Mauro era un “jefe”, el jefe de los caballos, íbamos todos los jinetes hasta la plaza y cuando llegábamos a casa de Ángel Mauro nos sacaban de comer y de beber, también nos sacaban bebida y comida en otras casas. ¡Era un día grande!
De la Semana Santa me acuerdo mucho de las tortillas que se hacían en las casas. Mi padre era armao y de niño me encantaba ir detrás de él en las procesiones, cuando le perdía de vista preguntaba al jefe de los armaos, a Mateo. El traje de armao se quemó en el incendio de la casa, lo teníamos colgado en la cámara y me acuerdo de verlo ya todo negro cuando subimos. Del Prendimiento recuerdo a Galindo, era el narrador, que daba unas voces.
El día de San Isidro el gañán de los Blases con una yunta de bueyes subía al cerro y bajaba al santo de la ermita al pueblo, pero no era como hoy que la gente está dos días en el cerro comiendo y bebiendo, entonces solo se subía un rato, y pocas familias comían allí, había que trabajar.
Las fiestas del Rosario tampoco eran como ahora, que son desde el viernes hasta el martes, entonces era el sábado por la tarde y el domingo y ya está. Me acuerdo de un puesto de turrón que siempre se ponía en una esquina de la plaza. Los 3 años de guerra no hubo fiestas.
Preguntamos a Florián por una celebración tan importante como la matanza, que antes era todo un acontecimiento familiar:
Mi padre fue matarife y yo también maté algunos años, pero a la gente ahora cada vez le gusta menos. Se hacían los chorizos y se freían para guardarse en una orza para el verano, al igual que la carátula. Los jamones se aplastaban con piedras y se cubrían con sal para curarlos. El bodrio era mejor que el de ahora, no hay comparación…
La vida ha cambiado 100%.

GRACIAS FLORIÁN GOLDEROS LÓPEZ POR COMPARTIR CON NOSOTROS SUS RECUERDOS


Entrevista, organización de la información y redacción de este artículo:

Valentín Naranjo Ávila, Agente Cultural y Bibliotecario del Ayuntamiento de Valenzuela de Calatrava.
Máximo Galindo Barderas, Licenciado en Historia.

2 comentarios:

  1. muy bonito e interesante , pero llevo un siglo esperando la próxima entrada

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias. Me alegra que te haya gustado.
      ¿Alguna sugerencia para la proxima entrada?

      Eliminar