De una fecha como hoy, 19 de marzo, pero de 1873, data un documento que me encontré entre los Protocolos Notariales del Archivo Histórico Provincial de Ciudad Real, y que nos sirve para conocer lo dura que era la vida para las personas mayores hasta hace no mucho tiempo. Puesto que no existía la jubilación, ni los seguros de vejez, los ancianos que ya no podían trabajar dependían para sobrevivir de sus hijos, familiares o, en algunos casos, órdenes religiosas que practicaban la caridad.
En este documento, encontramos a la valenzoleña Agustina Golderos Paz, viuda, con más de 80 años de edad (lo que en esa época era como hoy ser un centenario) y dueña de algunas propiedades: concretamente una casa en la plaza, con planta baja, cocina, dos cuartos, corral y una cámara en alto, herencia de su difunto padre, Francisco Golderos López (fallecido en 1808, el mismo año que empezó la guerra contra los franceses), y una rocha de 64 áreas en el Cerro Navajo, herencia de su esposo Hermenegildo Sánchez (fallecido en 1854).
En el Protocolo decía que dejaba la casa a su yerno, Felipe Donoso León (de 52 años de edad, de oficio pastor y casado con su hija María) a condición de que la mantuviese y alimentase hasta su fallecimiento, “viva mucho o poco tiempo”, mientras tanto él y su hija podían vivir en una de las habitaciones de su casa. Además deja escrito en su testamento que cuando fallezca se había de vender la rocha para con ese dinero poder pagar su entierro, una misa por su ánima, una misa cantada al año de su muerte, y tres misas a su difunto marido.
La foto que vemos a continuación está tomada dos años más tarde de lo narrado en este documento, en 1875, y es de una familia, aunque acomodada, de Valenzuela. ¿Sabéis quienes son?
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